Mi clienta se encontraba tranquila, habíamos hablado largo y tendido de cómo se desarrollaría su juicio. Era un juicio importantísimo. Todos los juicios lo son, para una persona verse en una sala de vistas donde no sólo es observada sino que está delante de al menos dos personas que establecen una lucha sobre su vida, su hijo…, decididamente, es una experiencia muy tensa.

Si la controversia discurre dentro de los términos jurídicos para la que estamos preparados, podemos prevenir el impacto emocional. Lo malo es cuando esa lucha traspasa la frontera de lo jurídico, de lo racional y llega a ser esperpéntico.

Esta semana he visto y oído lo que no me podía figurar que iba a oír en una sala de vistas. He salido impactada. Creo que va a ser la anécdota más llamativa de las muchas que guardo en estos 30 años de ejercicio profesional.

Me enfadé mucho porque no podía creer lo que estaba pasando. De verdad que no me podía figurar el nivel conjunto de ignorancia y mala educación, ya se sabe que normalmente una suple los defectos de la otra y normalmente los ignorantes suelen tener un poquito de vergüenza. Pues no, la señora, porque esa era su apariencia suelta que «lo sabe» porque fue a echarse las cartas» olé ahí la razón de su ciencia. Menos mal que me acordé de Almodóvar y pude hacer un informe en condiciones, que hasta tuve que reírme al final. ¡Madre mía cómo están las cabezas!

Afortunadamente tanto mi clienta como yo, pudimos aferrarnos a nuestra  preparación, a nuestra estrategia. Ella me dio confianza y mientras escuchaba desde estrados estas barbaridades, yo la observaba tranquila, apesadumbrada pero tranquila. Esa paz de saber que habíamos actuado correctamente, con rigor y sensatez nos acompañó hasta recibir la sentencia que nos confirmó que hacíamos lo correcto.

 

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