Olga venía recomendada por otro cliente, también veterinario. Venía muy nerviosa porque el padre de sus hijas se había enterado que tenía nueva pareja y pensaba que le había sido infiel desde mucho tiempo atrás. Olga se explicaba estupendamente, en apenas 10 minutos me hice cargo que teníamos que enfrentarnos a una persona infantil, muy machista, que no había sido consciente en ningún momento del valor de su familia. Olga estaba cansada, cansada de tratar de razonar con quien no tenía ni siquiera la posibilidad de hilvanar un par de frases con alguna complejidad lingüística.

Olga entendió perfectamente que trasladando mi trabajo a su ciencia, teníamos un parto gemelar difícil de una vaca con dificultades respiratorias, que estábamos en mitad del campo y que lo que teníamos a nuestra disposición era nuestro conocimiento. Fue más que suficiente. Qué fácil fue conectarse con una mujer inteligente, decidida y realista.

Formando parte de ese descampado inhóspito en el que habría de dar a luz una vaca enferma, teníamos un juzgado sin dirección. Un juzgado en el que primeramente, la juez quiso que se pactara -con la toga puesta- el tipo de procedimiento que nos disponíamos a celebrar, así como si estuviéramos en un resort cateto de verano, como si las diligencias de ordenación, las providencias y los decretos tuvieran una existencia ajena a lo que establece la ley en garantía del derecho. Y en ese mar tuvimos que navegar.

Y disfruté trabajando, dejándome llevar por la intuición, sabiendo que Olga confiaba totalmente en mí, sabiendo que las explicaciones que yo le ofreciera le iban a ser más que suficientes. Y se me hizo necesario ponerme un poquito seria con el fiscal, que presumió de no haberse estudiado mi trabajo, sorprendiéndose con el hecho de que no le reconociera aquél despropósito como mérito, sino como explicación de su errónea postura. Y mi compañera de la parte contraria se subió a un tren sin freno frente al fiscal. Y empecé a pensar que igual llevaba yo más oxígeno del que en principio contaba.

Y seguí disfrutando y trabajando.

Al final me encontré con el brillo en los ojos de Olga. Cuando salimos de la sala, me agarró del brazo y me dijo

-Teresa: al final lo que tu querías, he estado todo el tiempo viendo como se dirigía el juicio hacia donde tu querías, pero ¿cómo lo has hecho?

– Pues muy fácil Olga. Tu me has dado la mejor herramienta: Tu confianza.

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2 Comments

  1. Olga

    Todas las mujeres llevamos dentro la fortaleza de Olga, solo hace falta un poco de valor para tirar hacia adelante, y muchas veces ese valor nos lo dan los corazoncitos que bombean nuestra sangre a diario. Con eso y la magia de Teresa todo encuentra un nuevo cauce.

  2. Teresa Tinoco

    Muchísimas gracias Olga.

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