La verdad es que me preocupé al recibir el recurso. Mi compañera recurría la atribución del uso de la vivienda para mi clienta con el argumento que el marido tenía tanto derecho a quedarse en casa como la señora a la que yo defendía. Me preocupé porque el recurso era impecable, aplicaba la legislación muy correctamente, y por eso comprendí que tenía delante un trabajo difícil. Tenía que exponer ante la Sala, en informe oral, que con independencia de lo que dijera el art. 96 del Código Civil, Nati, mi Nati, no podía salir de su casa.

Nati había acudido a mi despacho cuando tenía más de 70 años, un matrimonio desgraciado y un cáncer que le amenazaba su vida. Dirá usted, doña Teresa, me dijo el primer día, que cómo siendo tan vieja quiero separarme de mi marido y es que verá usted: el tiempo que me quede quiero estar tranquila.

Nati era una señora de pueblo, cariñosa, atenta, con la inteligencia suficiente para mantenerse con dignidad en un matrimonio con un hombre también de pueblo, bruto, influído por su madre y la lucha que, desde que el matrimonio no tuvo hijos, se desató contra Nati.

Nati me regaló cuadros que bordaba a punto de cruz, se enfadó conmigo porque no fuí a visitarla a su casa, que me habría hecho roscas fritas y puesto café. Ella que tenía la casa como los chorros del oro, atendida, cuidada, con todos los pañitos de ganchillo que corresponden a una señora de su tiempo, las macetas unas veces en la sala, otras en el balcón para que se desbordaran de vida. A mí me crecen las macetas, pero no los hijos, me dijo un día.

También se enfadó porque no pudo venir a verme a la iglesia, en mi boda… me hubiera gustado verte de novia, Teresa, me decía a mitad de camino entre triste y reprochona.

Y todas estas cosas se me agolpaban cuando recibí el recurso de su marido que decía tener más derecho a quedarse en casa, en esa casa que Nati tenía hecha un primor.

Cómo trasmitiría yo a los Señores Magistrados, que Nati no podía salir de casa, con sus años, su cáncer y su dedicación: sus pañitos de ganchillo y las macetas verdes que vivían tanto en la terraza como en el salón. Tenía que traducir ese sentimiento y esa afección, encajarlos en el art. 96 como fuera, porque Nati no podía abandonar el sentido de su vida antes de que el cáncer se la llevara.

La Audiencia de Badajoz la mantuvo en casa.

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