Javier se aferró a mis consejos con la misma fuerza que el se empeñaba en hacer latir el corazón de sus pacientes en plena operación. Costó trabajo que comprendiera que en el proceso de separación no se cuestionaba su moralidad, de la misma manera que la vida se detenía con independencia de lo injusta que resultara la  muerte. En una ocasión me dijo: en ese juzgado tuyo en el que no se tiene en cuenta más que números, número de hijos, número de euros, números, números… tendré que encontrar un juzgado donde se mire lo desagradecida que es la petición de separación de mi esposa.

Javier hubiera estado desahuciado para muchos abogados, tenía un pensamiento rígido, se mantenía impertérrito ante lo que los tiempos le indicaban, y bajo la idea de querer llevar el timón a su manera, lo que verdaderamente anidaba en su corazón era un sentimiento de abandono, de incomprensión y de miedo de una dimensión descomunal. Esto, en un despacho de abogados cualquiera puede implicar muchas horas en principio estériles, por eso considero a Javier como uno de mis mejores clientes: Me enseñó a ser abogada, a ver dentro de el para poder ofrecerle un buen asesoramiento, a no dejarme llevar por las apariencias y a respetar la ideología a pies juntillas. A conocer al cliente y defenderlo honestamente. Que no solo de leyes vivimos los abogados.

Recuerdo verlo atravesar el pasillo de los juzgados, ese pasillo estrecho, con el suelo de madera, en el que retumbaba a cada paso, con semblante cetrino y seguramente el pensamiento en el rezo contínuo. Me recordó a Drácula por lo imponente, cada paso de Javier, que probablemente medía 1.90 metros, enlutado antes de juicio, en la madera de ese pasillo estrecho quedará tan grabado en mí como la escena de Bran Stoken llegando Drácula a Nueva York.

Javier cumplía ceremoniosa y milimétricamente cada una de mis indicaciones y cada instrucción mía fue pensada para que su destinatario fuera Javier y no otra persona.

Javier me regaló una papeleta de sitio de su cofradía sevillana que procesionaba en Martes Santo, me prometió su rezo contínuo para que el Espíritu Santo me iluminara en su caso y en todos los casos que tuviera. Y en otra ocasión me regaló un vademécum que aún conservo con la papeleta de sitio dentro.

Todas las Navidades recibo una sentida felicitación suya, la espero con ilusión y la recibo con agradecimiento: siempre hace un recuerdo cariñoso de su paso por el despacho y sus buenos deseos los hace extensivos a toda la familia.

La sentencia que la Audiencia de Badajoz dictó en su caso fue señalada por la editorial como significativa, fue la manera de devolverle en cierto modo a Javier todo lo bueno que me había enseñado.

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